sábado, 23 de marzo de 2019

CICLO DE CONFERENCIAS - 13 DE MARZO 2019


Literato convencido, filósofo ocasional, genio prematuro, víctima de una personalidad –que fue también su verdugo– tan oscura como esclarecedora, Cesare Pavese nace en Santo Stefano de Belbo en 1908. En 1950, con apenas cuarenta y dos años, decide quitarse la vida en la ciudad de Turín, una vida a la que desde muy joven consideró un “vicio absurdo”. 

En su libro "El oficio de vivir" Pavese realiza lo que él denomina un completo examen de conciencia, pues “cuando un hombre se encuentra en mi estado” no le queda otra opción que intentar desenterrar los motivos que le hacen hundirse de continuo. En esta tierra de traiciones y capítulos efímeros de felicidad nada se puede sentir sin que haya que pagarlo. Sólo una conclusión cabe, en este sentido: vivir trágicamente, bajo la espada de Damocles del deseo a la autodestrucción. 

Salón de Actos de la UCA. Conferencia de D. Antonio Serrano Cueto
Por eso Pavese considera el suicidio no un hacer, sino un padecer: “el suicidio es un modo de desaparecer, se comete tímidamente, silenciosamente”. El único aprendizaje real que cabe en el mundo es el proveniente de dirigir nuestra mirada hacia el abismo, observarlo, medirlo, sondarlo y, finalmente, descender a él.

La vida, de este modo, constituye a ojos de nuestro protagonista un eterno error que adornamos de maneras muy variadas: “Se descubre así que en la vida casi todo es pasatiempo”, “que lo real es una reclusión donde se vegeta y siempre se vegetará, y que todo lo demás, el pensamiento, la acción, es pasatiempo, tanto dentro como fuera”. El suicida asediado por estos pensamientos no siente culpa por la propia vida, sino por tener pensamientos suicidas y no cometerlos, pues “nada es más abyecto que el estado de desintegración moral que comporta la idea –la costumbre de la idea– del suicidio. Responsabilidad, conciencia, fuerza, todo flota a la deriva en ese mar muerto, y se hunde y sube a flote, para ludibrio de todos los estímulos”. Y es que “la gran, la tremenda verdad es ésta: sufrir no sirve para nada“.
“La única alegría del mundo –escribe Pavese– es comenzar. Es bello vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta este sentimiento –prisión, enfermedad, costumbre, estupidez–, querríamos morirnos”
Pavese asegura que, si bien no puede dejar de temblar ante la idea de la muerte, un fin que vendrá irremediablemente, infalible y silencioso, tan natural como el caer de la lluvia, no quiere, sin embargo, resignarse a tal fatalidad: “¿por qué no se busca la muerte voluntaria, que sea una afirmación de libre elección, que exprese algo, en vez de dejarse morir?
El conferenciante con algunos miembros de la Junta Directiva